-¿Qué estoy haciendo aquí?- se preguntó el soldado al verse en el interior de una caja, como un ataúd, de un material duro y translúcido. No comprendía cómo lo habían encerrado ahí con la ametralladora en los brazos; no se atrevía a disparar con ella, seguramente se rompería los tímpanos, además desconocía la dureza del material que lo envolvía, por eso decidió sólo gritar y golpear las paredes próximas con furia. La respuesta, que no tardo en llegar, fue una tortura perversa; su cubículo de repente empezó a girar, una luz cegadora lo invadió todo y la temperatura subió hasta arrebatarle toda el agua que contenía su bien moldeado cuerpo, sentía que se derretía, la presión dentro del cajón era insoportable, parecía a punto de estallar, cuando súbitamente el movimiento cesó, la luz se apagó y sonaron tres pitidos agudos. Pero lo que melló todas sus esperanzas, toda su fe, fue lo que escuchó a continuación; una voz femenina, lejana pero amplificada al máximo gritó: - ¡Armando, ya te he dicho mil veces que no juegues con el microondas!
-Pues a mí me parece un final de lo más esperado...
ResponderEliminar-Pues mira quien fue a hablar.
Lo de Armando Jaleo me suena muy gomaespumesco.
He sentido el agobio de sentirme cazado como tu personaje.
Un abrazo