Probaron la manzana y los expulsó del paraíso. Desde que los creó los había visitado a diario, había disfrutado de su compañía, de sus ojos abiertos a la sorpresa y al goce del mundo que había hecho para ellos, de la hermosura de sus cuerpos y de su alegría. Pero poco a poco se había ido dando cuenta de que a veces no era bien recibido, de que interrumpía su intimidad, de que ya no corrían a su encuentro con la impaciencia de las primeras veces. Empezó a pensar que había cometido un error dándole a Adán una compañera. ¿Por qué él, que había tenido el poder de crear el amor, no lo tenía para dotarse a sí mismo de un ser que lo mirase de igual a igual, que lo retara como Eva retaba a Adán y que se le enfrentara como Adán se enfrentaba a Eva? Inútilmente buscaba una costilla en su no-cuerpo. Entonces inventó la historia del árbol y del fruto prohibido: Una forma de despertar su interés, de volver a ser el centro de sus preocupaciones. Nunca imaginó que aquellas frágiles criaturas, salidas de sus manos, fuesen capaces de desafiarlo. Ya no hay vuelta atrás. Los ve marchar, cogidos de la mano, desheredados pero juntos, y llora su soledad escondiendo, ahora sí, la cabeza entre los brazos.
Pativanesca
Quizá fue como lo contás. Si no fue así, es tan bello tu relato, tan dura la posibilidad, que duele.
ResponderEliminarUn abrazo, Elisa
Tenía envídia de su creación... Nunca pensó que pensaran por su cuenta. El experimento se escapó de la probeta.
ResponderEliminarMe encantó.
Saludos desde el aire.
A mi opinión los sobrevaluó.
ResponderEliminarQuizás tuvo razón Borges en que éste universo es producto de un Dios menor.
Nunca yo lo hubiera pensado así: la soledad de dios (con minúscula) y su "envidia". Gracias por habérmelo contado.
ResponderEliminarMe gustó mucho, Elisa, pero mucho mucho ¿eh?
Un beso y un placer, como siempre.
Das un giro a la creción del hombre a imagen y semejanza de Dios para presentarnos un dios creado a imagen y semejanza del hombre, y por lo tanto con sus mismas carencias, pasiones y debilidades. Una narración exquisita. Besos.
ResponderEliminarMe quito el sombrero ante tan excelente relato.
ResponderEliminarUn dios "todopoderosamente" infantil.
ResponderEliminarMe gustó.
Es la tristeza en persona.
ResponderEliminarUn dios con el peso de la soledad.
Gracias! Me gusta más así. Y voy a creermelo, "está escrito"
ResponderEliminarDemadiado orgullo para contenerlo en un no-cuerpo. Saludos.
ResponderEliminarQue boniiiitoooo, Elisa. Este cuento me lo archivo en un rinconcito de mi memoria para desmenuzarlo poco a poco.
ResponderEliminarMe ha encantado. Y como siempre con tu estilo impecable.
Besotes