Pena
El escritor había dejado caer su cabeza sobre la destartalada mesa y lucía dormido y babeante. A su lado, un escrito que parecía una carta y junto, una botella de ron vacía. Había bebido del oscuro envase, del pico nomás, tal vez, para acallar la pena que le corroía el alma. Esa pena tenía un nombre: Ruth
Supremo.
ResponderEliminarQue exceso de exactitud muestras al mostrar que casi todas nuestras penas del corazón llevan nombre de mujer.
Gran micro.
Gracias, Carlos. Un abrazo.
ResponderEliminarComo ha dicho Carlos: SUPREMO.
ResponderEliminarMe ha encantado la sencillez y la claridad del relato. La brevedad en la que ha logrado decir mucho.
Un abrazo,
Andri