viernes, 25 de febrero de 2011

París siempre es una fiesta

De Memorias de días extraños,
de Jean-Cristophe de La Villebaune,
gentilhombre.

Sus miradas se habían cruzado innumerables veces, aunque siempre con idéntico resultado. En los jardines, en la sala de música, entre las bestias que aguardaban en las caballerizas el tiempo del galope libre, la indiferencia azul de la hermosa mujer hería con crueldad el corazón palpitante del muchacho. Tal sufrimiento silencioso encontró su final una nubosa mañana de febrero. Entre el gentío arremolinado en la Plaza de la Revolución -hoy de la Concordia-, el oído atento podía aislar del bullicio el silbido de la cuchilla que corta el aire y las esperanzas de una clase condenada al olvido. Allí, entre cuerpos entusiasmados por el delirio sangriento, el mozo de cuadras alcanzó a ver el casi imperceptible guiño pícaro que le dirigió su bien amada marquesa antes de que la cabeza aterrizase en el cesto. El amor, potencia cósmica que no entiende de clases sociales, había encontrado una vez más el camino que comunica dos almas condenadas a encontrarse.

6 comentarios:

  1. Impecable prosa para un final extraordinario en su composicion: tragedia que se alivia con un gesto pícaro.
    Me ha gustado mucho

    Un abrazo

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  2. Estoy de acuerdo con Patricia, un aporsa muy cuidada, y un final bien resuelto. Dotando a una situación dramática de un guiño que le quita peso.


    Un saludo

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  3. No imaginaba el final de esta historia, y me encantó cómo se cuela el amor en el último momento.

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  4. Un relato maravilloso.
    Les deja a todos la lección de no dejar desperdicio en el amor.

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  5. Buf, si yo hubiese sido la marquesa creo que en ese momento no hubiese estado para guiños pícaros... En este relato se otorga al amor una gran fuerza.

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  6. Gracias por vuestros comentarios. Me abrumáis un poco con los calificativos. En fin, de vez en cuando uno se pone tierno y piensa en la fuerza del amor en situaciones extremas.

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