Beatriz Archua, camarera y entusiasta del celuloide, tenía dos principios inquebrantables. No liarse con vates, merced al cual mantenía a raya su impoluto y casto honor, y el uso del corsé dentro del café. Así, cuando algún rapsoda trasnochado y maloliente le miraba los pechos, ella solía despacharlo con una cita prestada de sus heroínas cinematográficas. Esta actitud firme, incompatible con las cosas del querer y señalamiento inequívoco de un resfrío de amor mal curado, pareció desvanecerse un hermoso día de primavera. Y lo que no lograron hasta entonces cientos de miradas, lo logró una simple y humilde metáfora. Tropo que, amén de arrojar al cubo de la basura miedos, principios y corsés, alentó el tocamiento de uno de sus senos. Y que Beatriz, lejos de reprobar, bendijo con un sensual "Tócala otra vez, Sam".
Agustín Martínez Valderrama
Beatriz no sabía con quiénes se la estaba jugando. Menospreciar a poetastros supone, a efectos prácticos, plantearles un reto. El poder de la metáfora es incuestionable.
ResponderEliminarPreciosa cinefilia culminada por el momento hormonal.
ResponderEliminarMe encanta!!! No sé como has podido escribir esto, pero me parece alucinante
ResponderEliminarUn abrazo
:) mujeres... Excelente Agustín!!
ResponderEliminarel poder oculto de los tropos!! Muy original, Agustín! Me encantó!
ResponderEliminarBeatriz era ¡mucha Beatriz!... ¡Tocá-me-la otra vez!
ResponderEliminarMuy bueno, muy, muy, bueno.
Un abrazo.
Je, je, estupendo Agus,
ResponderEliminarsuerte de citas cinematográficas, esta le vino al pelo ;-)
Abrazos