Me oriné cuando lo vi.
Él, que era tan fuerte, directo, seguro de si mismo. Con las manos dispuestas a ejercer presión cuando hacía falta. Con la sonrisa grandilocuente y mirando siempre de soslayo.
Me oriné cuando lo vi.
Abrió la puerta de la pequeña pieza en la que nos tenía a todas aprisionadas y de donde salíamos sólo para trabajar a altas horas de la noche, con la mano oprimiéndose el pecho, sangrando de manera abundante.
Corrieron todas.
Hasta su asesina.
Yo me quedé, sucia de miedo, sin saber que podría hacer sin él, y con todo un futuro incierto por delante.
De ahora en más... ¿Quién me daría de comer?
Pues bienvenida a la realidad del mundo donde hay que trabajar para ganarse el pan.
ResponderEliminarQué bueno Escarcha, así somos soñamos con la libertad y cuando llega nos aterra. No somos nada sin nuestros lazos (bueno, mejor pensar que eso se supera ;-).
ResponderEliminarCarlos, yo entendí que se ganaba su pan trabajando a altas horas de la noche... ya tenía su propia realidad laboral, peor que la nuestra además, creo ¿eh?. Lo voy a releer por si la segunda lectura me dice otra cosa.
Abrazos a los dos,
Es duro aprender a valerse por uno mismo.
ResponderEliminarAcabo de descubrir este blog y la verdad es que está muy bien.
Me pasaré de vez en cuando.
Un saludo.
Estremecedor y una triste realidad en muchas partes del mundo. Pobrecilla, es cómo las aves que han nacido en cautiverio...les da miedo el cielo.
ResponderEliminarEs lo terrible de estar esclavizado, no sabemos cómo sobrevivir sin nuestra 'segura' esclavitud.
ResponderEliminarMuy bueno amiga!!!