Cuando entró en la casa, sus ojos se posaron en él. Durante meses había sido el primer sitio al que miraba intentando saber como estaba su mujer antes incluso de que ella lo descubriera en la puerta, mirándola, y lo mintiese.
Ahora que ella no estaba, no sabía si odiar aquel mueble o agradecerle los servicios prestados. Por su culpa su mujer había abandonado la cama dejándolo solo; pero, gracias a él, aún estando gravemente enferma, ella había seguido estando en el centro de la casa y de la vida.
Ahora estaban solos, frente a frente, aquel mueble y él. El sofá con el olor de su mujer y la forma de su cuerpo aún impresa; él, lleno de imborrables recuerdos.
Se sentó y tuvo que darle la razón a ella. Sí, el dolor se apaciguaba cuando uno se sentaba en aquel mueble.
Luisa Hurtado González
Luisa Hurtado González
Ya te lo leí en el tu blog y sigue pareciéndome un excelente microrrelato.
ResponderEliminarAbrazos, muchos.
Muy bonita forma de recordar a los que se fueron.
ResponderEliminarUn beso.
Sí, tener a mano las cosas que identificaron a los que amamos es un gran consuelo.
ResponderEliminarY este un gran micro. Felicidades Luisa
Qué bonito Luisa, ojalá tuviera un sofá como ése.
ResponderEliminarHay sofás con buena personalidad, y se cargan de las vibraciones de los seres queridos.
ResponderEliminarHermoso y emotivo.