
Creo que son extranjeros. Al niño calvo de la ciento uno le llaman el Hodgkin; debe de ser inglés, aunque se lamenta en un perfecto castellano. Al gordito de al lado le dicen el Asperger, pero siempre está callado y resulta imposible averiguar su idioma. Conmigo se confunden, me han nombrado como la Metástasis, o algo así. Los médicos son muy raros y no se les entiende ni la mitad de sus murmuraciones. No importa: me llamo Celia, tengo siete años y soy de Cuenca.
Manuel Merenciano
Es difícil hacer dos cosas a la vez. Pensar en la enfermedad y tratar a los pacientes como personas, con su nombre y sus cosas...
ResponderEliminarYo tampoco puedo andar y pensar a la vez, ni comer y ver la televisión.
Lo mío quizás sea disculpable.
Un abrazo y muy buena reflexión.
Adoré a Celia.
ResponderEliminares un relato que deja el sinsabor de una realidad desencarnada..y la inocencia de la pequña Celia..creo
ResponderEliminarque es una obra de arte.Txapeldun!!! felicitaciones un saludo de Begoña
EXTRAORDINARIO MANUEL
ResponderEliminarChapeau!!!
Micro duro tratado con mucho tacto y ternura.
ResponderEliminarUn saludo indio
Precioso.
ResponderEliminarSaludillos
Quizás resulta que subestiman a Celia, y aun tan pequeña es maestra del humor negro.
ResponderEliminarMuy bien, Manuel, tierno dentro de lo duro.
ResponderEliminarUn abrazo.
Precioso, por su redacción y durísimo, por la realidad que refleja... Me has emocionado porque el tema de niños enfermos y hospitales lo viví muy de cerca con una personita muy querida.
ResponderEliminarCon los ojos húmedos te envío un abrazo.
Es tierno y duro, no tengo claro que las personas que trabajan en sanidad con niños y niñas les hablen así, pero sí intuyo el miedo a explicar cosas que puedan no querer entender.
ResponderEliminarCreo que las personas profesionales de la Sanidad se llevarían gratas sorpresas con la sabiduría infantil, y de hecho se las llevan.
El relato es precioso.
Un abrazo