En los bosques de Hürtgen, cuando el viento de este otoño arrecie – algunos simplemente dirán sople – las copas de los árboles se mecerán como el fuelle oxidado de un viejo acordeón. Aferradas a un minúsculo hilo de vida, las hojas ocres resistirán aún el envite virulento de las primeras ráfagas. Pero no transcurrirá mucho tiempo antes que una de ellas ceda, oscile y se precipite al vacío, deslizándose en espiral hasta alcanzar el suelo. Luego le seguirán todas las demás; una tras otra, cubriendo por completo la superficie del sotobosque. Urdiendo así un plúmbeo tapiz de hojarasca que cobije – algunos simplemente dirán que entierre – los cuerpos sin vida de miles de jóvenes soldados.
Agustín Martínez Valderrama
Esto es lo horrible que surge del hombre obediente, quien se plega a reglamentos cual si fuésen sagrados y es convencido de que participar en masacres tiene tintes heróicos.
ResponderEliminarUn retrato serio y pleno de una fuerza triste por su poder y nitidez.
Bello, triste...
ResponderEliminarExtraordinario texto Agustín. El giro final, insuperable.
ResponderEliminarChapeau!!!
Felicidades Agustín por la belleza y la dureza que recreas en tan pocas palabras.
ResponderEliminarUn saludo.
Me ha dado placer volver a leer este gran micro.
ResponderEliminarUn abrazo, Agus.
Cuando lo he leído lo he reconocido a medias, así que me he vuelto a llevar la sorpresa final. Y lo digo una vez más, está tan bien escrito...
ResponderEliminarAbrazos