Camina con paso firme entre el gentío dispuesto para una nueva faena. Lleva la muleta apoyada en el brazo izquierdo y la vista fija en su objetivo, no hay duda toca puerta grande. Tras trastear unos instantes se va arrimando con gran temple hasta que siente el aliento de su oponente. Cuando cree tener todo controlado se decide a rematar la suerte, pero entonces una voz grave le sorprende: “Saca esa mano de ahí si no quieres que te la corte”. Tras dos pitidos una puerta salvadora se abre y sale raudo, con las orejas gachas, esquivando el embroque.
Creo que esta vez los muletazos no se entendieron. Quizás fue eso, o quizás no gustó la historia. Todo puede ser.
ResponderEliminarSaludos