martes, 6 de julio de 2010

Lucía

Tiré, sin que se diera cuenta, del hilo que asomaba de la parte de abajo de su falda. La faldita de lana que yo regalé y que amorosamente le había tricotado en aquel taller del centro social de la calle Sanmarino. Salí corriendo, riéndome de mi ocurrencia que inocente pretendía, acabar con sus muslos en mis manos. Oía tras de mí sus gritos, que entonces creí, de pudor y de sorpresa. Me detuve y volví corriendo dispuesto a comerme a besos su vergüenza. No estaba. ¡Era tan joven!, pensé que se habría ido enfadada. Miré hacia todos lados. Esperé. Llamé a su móvil que sonó muy cerca. Guiado por el tono lo encontré y, horrorizado, descubrí junto a él sus pendientes, su reloj, su bolso, su camisa, su chaqueta, sus zapatos, sus braguitas y sus medias. Faltaban su falda y ella.
Aún guardo la madeja del hilo de su falda, que en vano he intentado tejer miles de veces, para ver si me asiste de nuevo ese poder que la deshizo, y ella, algún día, por llevarme la contraria, ...aparece.
Entonces que me explique, por lo que más quiera, por qué llevaba adherida esa falda a su piel, a su cuerpo y a su alma. ¿Tanto me amaba?

2 comentarios:

  1. Que bien la dibujas,que quisiera uno que encendieras una pantalla para verla tan hermosa.

    ResponderEliminar
  2. Qué bueno Isabel, me ha gustado mucho. La prosa es sensacional, muy bien utilizado el lenguaje y las imágenes. Felicidades.

    Un abrazo

    ResponderEliminar

Pon un comentario. Nos gusta que nos leas pero también nos gusta saber que nos has leído.