"No espero visitas", pensó Yunuén y bajó las escaleras descalza, con marcha erguida y teatral porque le gusta sentir el vuelo de la falda larga entre los tobillos y a su alrededor. Abrió. Intentó sonreírle al muchacho de las entregas pero su saludo de cortesía resultó grave y falto de aire. Retrocedió dos pasos para permitirle meter el diablito de carga que ella miraba con labios entreabiertos y secos. -En la mañana más fresca se puede recordar una pesadilla, de pronto.
"¿Dónde la pongo?" preguntó el muchacho mientras notaba la casa sin objetos. Yunuén firmó el recibo con su nombre artístico -apenas reconocido por una docena de amigos- y cerró. En el suelo se abrazó las rodillas ante la cantera gris. Miraba su cara de susto en el espejo ovalado que mandó empotrarle. Aquí yace La que pudo haber sido.
No quería morir, pero prefería morir antes que desperdiciar su vida.
Gran preludio al requiem anunciado.
ResponderEliminarBravo Yunuén.
Un relato muy duro que anticipa otro final más. Me gusta mucho la frase de "Yunuén firmó el recibo con su nombre artístico -apenas reconocido por una docena de amigos- y cerró.", destila amargura.
ResponderEliminarGracias, me hacía falta volver por estos rumbos. Un abrazo.
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