A los padres de Corinne.
A Francisco y Clara.
A tantos que abandonaron su tierra,
A Francisco y Clara.
A tantos que abandonaron su tierra,
que nunca volvieron acá,
que nunca estuvieron allí.
Un nimio homenaje a los que aun piensan en volver un día.
Tenía seis años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Paquito y yo odiaba que lo hiciera. Paquito esto, me decía, Paquito, lo otro. Y lo miraba con rabia y le gritaba: me llamo François. Mis compañeros se burlaban y me decían: "Español Paquito". Y aquel día, tenía seis años, lo recuerdo, en un arranque de rabia me lancé contra él como loco. Le di patadas y puñetazos: "François, llámame François". Él permaneció quieto, mi madre nos separó. Yo salí corriendo a mi habitación, el caminó cansado a la suya. Mi madre quedó en la sala, tierra de nadie.
Tenía veinte años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Francisco y a mí no me gustaba. ¡Qué poco le hubiera costado llamarme François, o al menos Fransuá! Mi padre era un intelectual, un albañil que me pedía que le tradujese a Sartre, Camus, Levi Strauss, Merleau Ponty. Mi padre fue alumno y compañero de Unamuno. Qué te hubiera costado, le grité un día, aprender francés. Tenía veinte años y él salió de nuevo camino de su habitación. El mismo andar cansado. Mi madre y yo nos quedamos en la sala, tierra conquistada.
Tenía treinta y cinco años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Paco y a mí no me importaba. Me daba igual entonces la forma en la que los demás me llamasen, porque ya sabía quién era. En la consulta del médico le eché en cara que si hubiera aprendido francés yo no tendría por qué acompañarle. Tenía treinta y cinco años, lo recuerdo, e hice a mi padre llorar.
Tenía sesenta años ayer, lo recuerdo. Mi padre no me llamaba de ninguna manera. Permanecía sentado y miraba al lugar donde me encontraba pero su mirada me atravesaba como si no estuviera allí. Yo me preguntaba qué verían realmente sus ojos, qué pasaba por su cabeza. Le hablaba de tonterías, de recuerdos de cuando era niño, de cuando vivía mamá, pero dudo que él me escuchara. Las tardes en que iba a visitarle las pasábamos así. Ayer, cuando salía de su habitación mi padre me llamó de nuevo Paquito.
Paquito, me dijo, y yo me sobresalté.
Paquito, me dijo, nunca aprendí francés porque siempre pensaba que mañana volveríamos a España.
Tenía sesenta años, recuerdo, y un nudo en la garganta.
Hugo Cueto
8 comentarios:
Aunque ya lo había leído, tu microrrelato ha vuelto a removerme sentimientos del pasado y recuerdos de mi abuelo. Emotivo y muy bien escrito. Un abrazo.
No importa cuántas veces lea este micro. La emoción se renueva.
Yo soy nieta de inmigrantes, pero mis abuelos llegaron muy chiquitos, fueron sus padres a quienes les tocó sufrir el desarraigo. Sin embargo aquella tristeza llegó hasta mí en las historias que se contaban de generació en generación. Algunas penas nunca se acaban
Beso grande Hugo.
Un drama que se repitió en tantos hogares... y volverá a repetirse en tantos nuevos hogares. La historia de la inmigración es la de todoslos días del mundo...
Excelente micro.
Saludos.
Hugo, muy bien contado, deja un regusto dulciamargo. Me gusta que trasciende a las circunstancias concretas, que bajo el tema de la emigración, tan importante, late el de la incomprensión, inevitable, entre padres e hijos: cuando llegamos a comprender a nuestros padres, es cuando los hemos perdido o estamos a punto de perderlos (y a nuestros hijos les ocurrirá lo mismo con nosotros).
Pura vida. Me ha emocionado.
Un cuento lleno de emociones, enhorabuena. Aunque creo que los padres no son tan fáciles de vencer en sus disputas con sus hijos. Siempre creen estar por encima del hijo, tengas 20 o 50 años, al menos mi padre es así.
Jooodeeeerrr! Hugo, se me han saltado las lágrimas. Qué bueno. De lo mejorcito que he leído últimamente.
Aplausos sinceros.
(Eso sí, tengo que decirte que repases la ortografía y la puntuación)
Doy una respuesta global, porque los comentarios sobre este relato me tienen un poco desarbolado y no me encuentro capaz de contestar personalmente. Lo único, muchas gracias a todos por los comentarios y me alegro si la emoción y los recuerdos removidos (ni de coña pensaba que fuera a ser para tanto) son agradables.
Sólo un comentario aparte. No creo que el hijo venza al padre. Simplemente toca, cada vez, un tema que lo derrumba. Todos tenemos puntos débiles, y el de que el hijo le exija una y otra vez que hable francés es el suyo. No es cuestión de estar por encima o por debajo. Fíjate si este hombre es difícil de vencer que siendo un refugiado, años después sigue negándose a aprender francés porque piensa que al día siguiente recuperarán España. Esa fue la historia de mucha gente, no es ficción. Fíjate si fueron inaccesibles a la rendición.
Saludos a todos.
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