Algunos lloran, sobre todo las señoras de buen corazón que se arrebujan en sus abrigos de pieles, tiritando de tristeza y enjugándose cuatro lagrimillas mientras observan la escena del mendigo destripado en medio de la calle, reteniendo el tráfico que lo rodea, atropellado frente a la puerta de la iglesia, protegido por un chucho desgreñado que no para de aullar.
Tapándose la boca con un pañuelito de hilo dice una: — ¡Qué lástima! Alguien debería llamar a la perrera.
Bienvenida Elisa. Has empezado la colaboración con un pedazo de micro seleccionado en el concurso de la SER.
ResponderEliminarTodo un honor.
Un beso.
Buen relato Elena.
ResponderEliminarA veces la barrera está en un simple pañuelo de hilo, y es insalvable.
Un abrazo.
¡Qué golpe! Buenísimo, Elisa; un caso de extremismo humano. Un abrazo.
ResponderEliminarMagistral retrato de la frivolidad y alienación de muchos al devaluar al más pobre y sin embargo queda latente que son sensibles a la angustia del perrito.
ResponderEliminarA veces no tenemos muy claro cómo canalizar la generosidad ...ni el raciocinio.
ResponderEliminarHe sonreído con el final.
Un saludo.
Se perdieron los valores, menos mal que no para todos.
ResponderEliminarGenial micro Elena.
Un biquiño.