El encargado
Rutinariamente, intercambio sus pulseras identificativas y dejó caer los cuerpos en el interior de la piscina de formol. Ahí, bocabajo, oscilaban unos instantes antes de caer a plomo sobre la espalda de los más veteranos del depósito de la facultad. El proveedor entró sin llamar arrastrando un saco de tela que dejó tirado en el suelo. Sacudió las manos y arrugó la nariz al ser golpeado por el aroma ácido de la mercancía. Después extendió los dedos sonriente. El encargado se echó la mano al bolsillo dándole un par de pulseras blancas. “Elige una” le dijo mientras cerraba con llave la puerta.
Éstos burócratas.
ResponderEliminarBienvenido Alberto.
ResponderEliminarNo termino de pillarlo. Esperaré comentarios.
Por cierto, ¿es que no lo presentaste? Todavía no está cerrado el plazo.
Un abrazo.
Bueno, yo creo que el científico encargado se cargaba a todos los que venían...cualquiera lo visita :S Me pareció muy buen microrrelato.
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